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Mostrando entradas de junio, 2014

DE CÓMO CADICAMO CONOCIÓ A MADAMME YVONNE ( O DE CÓMO EN LA PUERTO RICO SE CURAN LOS MARES DE AMOR)

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Es la mesa de Yvonne la que conmueve. Un amor que tarda en concluir, lo mismo que el champán. Alondra gris, fénix, levanta vuelo, convertida en tango, clavada sin piedad en la memoria de aquel argentino. Y el signo de la Cruz del Sur es, ahora, el de la eternidad.

LUCES Y SOMBRAS EN EL BAR DORREGO

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(“¿Cómo es que no me percaté de esta trampa atroz?”) - Nunca debió publicar ese informe.  Ya llegan los ciegos. El escritor y sus fantasmas. Cara a cara. (El horror, un rayo de hielo. Un mensaje tallado en la pared: “Cuidado con Borges”) - Es inútil, Sábato, leemos al tacto.

LA EMBAJADA DE LOS SUEÑOS ROTOS (ATARDECER EN MONTSERRAT)

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¿En qué mesa? ¿La de la ventana? ¿Cantaría acá La Internacional con los camaradas? ¿Leería en este mismo sitio las crónicas de la guerra? En esta tarde gris, brinda por el hombre que lo hizo nacer en Buenos Aires. Esta vez, el regreso en el bondi le parece más leve.

AMOR EN LOS GALGOS

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“Anita y Enrique” dice el corazón tallado en la mesa del cafetín de Buenos Aires. Ella, toda risa. El, flaco, fané y descangayado. Las ilusiones robadas retornan en canciones. El romance tiene cien años y lo custodian dos perros de porcelana. (El malevaje extrañao, los mira sin comprender)